Equilibrio entre individuo y comunidad
Para los individualistas más recalcitrantes toda apelación al bien común es sospechosa de sojuzgamiento y desdén por el individuo. Y es cierto que toda dictadura se fundamenta en la usurpación del bien común por parte de un puñado de individuos prepotentes que sojuzgan a sus congéneres. Pero por encima de toda confusión ideológica y de toda distorsión práctica, el humanista sabe que la única afirmación confiable de la individualidad es a través de la pertenencia libre y leal a la comunidad. No hay contradicción alguna entre individualidad y comunidad sino sólo una dialéctica viva de inclusión, expansión y regeneración constante en la que individuo y comunidad se justifican y reafirman mutuamente.
Este asunto es, probablemente, uno de los más dificultosos de la filosofía humanista. Para abordarlo en este escrito me acojo a Hermann Hesse en la siguiente cita:
“La palabra más sabia que se ha dicho jamás, la suma de todo el arte de vivir y la doctrina de la felicidad es la frase «Ama a tu prójimo como a ti mismo», que también está contenida en el Antiguo Testamento. Se puede amar al prójimo menos que a sí mismo, y entonces se es el egoísta, el ambicioso, el capitalista, el burgués, y se puede acumular dinero y poder, pero no tener alegría en el corazón, no ser capaz de disfrutar los más delicados goces del alma. O bien se puede amar al prójimo más que a sí mismo, y entonces se es un pobre diablo, abrumado por un sentimiento de inferioridad, impulsado a amarlo todo, pero lleno de rencor y odio hacia sí mismo y viviendo en un infierno que uno mismo aviva diariamente. En cambio el equilibrio del amor, ese poder amar sin deber nada a nadie, ese amor hacia sí mismo que no se roba a nadie, ese amor hacia los demás que no disminuye ni violenta al Yo, contiene el secreto de toda la felicidad, de toda la bienaventuranza.” (Hermann Hesse, Mi credo, página 125, Bruguera-Libro amigo, Barcelona. 1986)