La Estrella, Mayo de 2009

Cátedra Libre por ERNESTO GARCÍA POSADA — Fundador

El 99,99% de todos los estudiantes que han pasado –con mayor o menor éxito—por la institución escolar se han formado bajo un régimen educativo que, no sin arrogante desdén, hoy en día se descalifica bajo el mote de “vertical”, “represivo” y “tradicional”. Por razones de principio y de teoría, el Gimnasio Internacional de Medellín jamás se ha alineado con ese estúpido desprecio de las tradiciones y valores que han sostenido por siglos la venerable institución escolar de la modernidad.

No obstante, en cuanto al enfoque didáctico del aprendizaje, el proyecto educativo gimnasiano se ha desarrollado a partir de un conjunto de principios y postulados teóricos que responden a la abrumadora transformación de la cultura que, a falta de un concepto más poderoso, hemos tenido que denominar posmodernidad. Es así como hemos adoptado, entre otros, el principio del aprendizaje activo que al despuntar el siglo XX anunciaba ya las grandes conmociones que habrían de trastornar definitivamente la correlación entre padres e hijos, entre tradición y cambio, entre autoridad y personalidad. En efecto, frente al incontenible derrumbe del antiguo orden sagrado e inmutable que las grandes religiones habían construido a partir del dogma teocrático, los pioneros de la pedagogía activa reclamaron un cambio de paradigma en la enseñanza: el maestro no debía servir ya al declinante amo de la religión sino al ascendente héroe del momento, su majestad, el individuo. Ya no había que enseñar el conocimiento establecido, sino estimular el desarrollo y el descubrimiento personal de los niños.

Por distintos y contradictorios caminos, la institución escolar tuvo que adaptarse a lo largo del siglo XX a las nuevas condiciones de la cultura que los pioneros habían vislumbrado en sus audaces teorías y que el desenvolvimiento efectivo de la sociedad hacía cada vez más evidentes e incontestables. Así, los grandes y venerables textos de Historia, Geografía, Biología, Anatomía, Aritmética, Álgebra, Trigonometría, Geometría, Filosofía, Gramática, Literatura y demás asignaturas tradicionales, se fueron convirtiendo en triviales cartillas, muy coloridas y estimulantes, para captar la volátil y sobreestimulada atención de los niños. Y finalmente sucumbieron ante el omnipotente estímulo de la televisión comercial, cuyo contenido es cada vez menos denso porque más ruidoso y colorido. Ya en los albores de este nuevo siglo, justo cuando decidimos emprender el proyecto educativo gimnasiano, la transformación del paradigma pedagógico estaba consumada y el viejo aprendizaje de las teorías, los métodos y los resultados acumulativos de las disciplinas académicas no solo estaba superado sino que su caducidad resultaba absolutamente irreversible. De hecho, ninguna de nuestras viejas y queridas enciclopedias del siglo XX podía ya competir con el infinito horizonte de la internet como archivo orgánico, accesible y universal del conocimiento, de la información disponible y aún de las fronteras más avanzadas de la investigación en todos los frentes del saber.

En definitiva, en el mundo en que vivimos hoy en día, no es más sabio el que haya memorizado más o mejores fórmulas, definiciones, algoritmos y teoremas. Es más sabio y libre aquel que haya desarrollado una fantasía más vigorosa y proteica que le permita, no simplemente responder automáticamente a las demandas del entorno (como hace el memorista), sino reformular el entorno mismo en función de las nuevas posibilidades que el mundo encierra en cada circunstancia. Ya no se trata de adaptarse pasivamente a las condiciones existentes. Hoy día estamos obligados a construir nuestro propio mundo a partir de las impredecibles y siempre cambiantes circunstancias de la vida. Y en este sentido, nuestro principio pionero del aprendizaje activo ha dado lugar y fundamento al enfoque vanguardista de educación por competencias que en la práctica viva del Gimnasio hubimos de adoptar formalmente a partir del año 2004.

No es fácil explicar en toda su profundidad el abstracto concepto de competencia académica que el GIM ha construido en estos cinco años de trabajo experimental, para superar el clásico concepto de aprendizaje activo y fundamentar nuestro enfoque de competencias. Una metáfora quizás ayude para introducir bien el tema. Es como si dijéramos la competencia ajedrecística: el jugador de ajedrez tiene que saber de memoria, por supuesto, una serie de conceptos elementales como las reglas de movimiento de cada pieza y otros similares; además, tiene que estudiar y aprender densas teorías de apertura y de finales, etc. Y de hecho tiene que aprender de memoria centenares de partidas paradigmáticas que han jugado los grandes maestros. Pero a la hora de la verdad, frente a cada situación de la partida se encuentra sólo con su fantasía, con su misteriosa capacidad de ver lo que su oponente no vio para poder darle solución a cada jugada concreta.

La competencia académica que buscamos en el GIM se compone de las tres formas de la fantasía que la humanidad ha cultivado a través de sus hijos más esclarecidos de todas las épocas. En primer lugar, el espíritu crítico, que a partir de la filosofía y las disciplinas humanísticas enseña al hombre a desconfiar de las apariencias, a descubrir y traer a primer plano aquello que está oculto y sin embargo es decisivo en la determinación de su destino. En segundo lugar, el espíritu científico, que enseña al hombre a buscar la explicación de todo fenómeno natural mediante la rigurosa aplicación del método experimental. Y en tercer lugar, el espíritu matemático, que enseña al hombre que la realidad empírica no es más que una de las infinitas posibilidades que su mente puede concebir. Pero en la base preliminar de toda forma de la fantasía se encuentra la denominada competencia lingüística que Chomsky definió como: “la capacidad del hablante de producir oraciones nuevas, que son inmediatamente comprendidas por otros hablantes aunque no tengan semejanza física con oraciones que son «familiares».” En nuestro caso, esta competencia lingüística está extendida para abarcar la lengua internacional y los explosivos lenguajes multimediáticos que garantizan en la actualidad esa comunicación global que no admite fronteras políticas, físicas o microculturales.

Y bien. ¿Cómo vamos a medir el desarrollo de la competencia académica? No será, por supuesto, mediante las clásicas pruebas o exámenes que miden propiamente los conocimientos memorizados y las destrezas adquiridas pero se quedan mudos respecto de la fantasía personal que hará uso –o no—de esos conocimientos y destrezas en la vida real. Tenemos que convertir el aula de clase en una parcela determinada y significativa de eso que estamos llamando «vida real», es decir, tenemos que convertir nuestras aulas en sendos laboratorios en donde criticamos la realidad presente en función del destino deseado, explicamos experimentalmente las condiciones naturales en que vivimos e inventamos infinitas posibilidades mentales a partir de las dimensiones concretas de la experiencia cotidiana. La realidad palpitante ha de convertirse, pues, en el enigma generador –la posición del ajedrez que hay que resolver—, que pone en movimiento la competencia académica que cada uno tiene formada en cada momento de su desarrollo.

Partiendo de su original definición inglesa [“something set up as a rule for measuring or as a model to be followed”], los estándares de la competencia académica del GIM son aquellos enigmas pragmáticos que convencionalmente establecemos para cada nivel como regla para medir el desarrollo efectivo que los chicos van alcanzando en su capacidad crítica, científica y lógico-matemática. Estos estándares no se alcanzan sino mediante la sistemática confrontación con la realidad operante, así como el jugador de ajedrez eleva su nivel de ELO mediante la sistemática confrontación con los otros jugadores de su categoría. Una sola partida ganada o perdida no determina nada en la carrera del ELO, como una o muchas pruebas (exámenes) ganadas o perdidas tampoco garantizan nada concreto respecto de la real construcción de la competencia académica.