A pesar de los discursos y reclamos de ocasión, el código de valores de la sociedad ha evolucionado hacia ideales diametralmente ajenos a la tradición y las responsabilidades propias de la institución escolar. En efecto: la estructura de la escuela moderna se fundamenta en el ideal de la ciencia y la razón, mientras que la cultura contemporánea persigue los ideales de la técnica y el poder. La ciencia busca comprender, mientras que la técnica pretende controlar; la razón persigue la verdad y el bien, mientras que el poder busca la eficacia y la conveniencia.

De hecho, los maestros de los últimos cincuenta o sesenta años hemos sido formados en ausencia radical de filosofía. Por este camino, carecemos de la suficiente capacidad crítica y autonomía intelectual para interpretar el proceso cultural y conducir sabiamente los procesos formativos de nuestros alumnos. Dependemos cada vez más de los dictámenes e instrucciones de una burocracia prepotente, aislada de los circuitos de producción espiritual de la sociedad y totalmente entregada, ella misma, a las consignas e intereses momentáneos de los poderosos. El discurso pedagógico se ha vaciado de todo contenido ético, reduciéndose a una colección de fórmulas altisonantes pero vacías, que reflejan directamente aquellas ideas huecas de los publicistas que han desplazado a los filósofos y científicos en el comando espiritual de la sociedad.

A su vez, las expectativas y proyectos de los padres de familia han desertado de todo ideal académico. En la vida íntima de los hogares los niños y adolescentes ya no encuentran los modelos y las altas exigencias espirituales apropiados para formar una personalidad recia, rica en intereses espirituales y capaz de esforzarse seriamente en la persecución de nobles ideales. Por medio de esta enajenación sistemática de la autoridad familiar, los niños y adolescentes de nuestra época han sido reducidos a la condición de simples objetos pasivos del cuidado parental, monstruosos individuos llenos de derechos sin obligación alguna. A falta de modelos y exigencias, nuestros niños y adolescentes disfrutan (?) de un sistema de hiperestimulación sensorial que los envuelve desde la cuna hasta la madurez a través de la televisión y los demás medios de propaganda electrónica; son ellos portadores de deseos primarios que la propaganda omnipotente se encarga de convertir en “necesidades” vitales que sus padres deben resolver sin tardanza para que los chicos no sufran.

Teniendo en cuenta estas circunstancias, en el Gimnasio nos hemos propuesto un modelo de enseñanza y aprendizaje que, sin desconocer la evolución histórica de la ética, nos permita sostener los nobles ideales de la ciencia y la razón. Para empezar, uno de los ejes fundamentales de nuestro modelo de trabajo es el proceso de autoformación del equipo docente por medio del cual nos hemos comprometido a llenar y superar los vacíos de formación filosófica que padecemos los maestros y, en general, desarrollar nuestra tarea pedagógica de cada día desde una perspectiva de inclaudicable independencia intelectual y responsabilidad ética. En este sentido hemos alcanzado logros importantes de los cuales estamos orgullos, aunque todavía es mucho más lo que falta por construir mucho que lo que se ha logrado.

También hemos puesto en marcha transformaciones de gran envergadura en la forma de enseñar para promover en los estudiantes una nueva manera de aprender basada en la agitación de auténticos intereses personales, antes que en la simple ejecución de tareas y cumplimiento de obligaciones. Hasta el momento hemos cosechado algunos frutos valiosos que nos estimulan a seguir por el camino emprendido. Pero también hemos encontrado resistencias y obstáculos muy arraigados en el psiquismo de nuestros chicos, los cuales denotan un desencuentro fundamental entre nuestras propuestas de aprendizaje y las expectativas e ideales que gobiernan la vida interior de los chicos. Más allá de las dificultades individuales que cada alumno pueda padecer, puede decirse que los niños y adolescentes carecen de ciertos “genes” espirituales, responsables de la aparición de los intereses académicos que necesitamos para nuestro modelo pedagógico.

Dos actitudes básicas de los padres de familia parecen hallarse en la base de esta deficiencia “genética” de nuestros chicos. En primer lugar, la pobreza y unilateralidad de la interacción verbal en el seno de la familia. Y en segundo lugar, la ausencia de intereses académicos y críticos compartidos entre los padres de familia, los docentes y los niños.

A medida que la televisión se instaló en los pocos espacios de esparcimiento y encuentro que el intenso trabajo les permite a los padres de familia en la actualidad, la conversación entre adultos y niños se ha empobrecido semántica y funcionalmente. No sólo no se habla de las mil facetas de la vida, sino que sólo se habla para comunicar instrucciones o intercambiar información indispensable para el trámite de la cotidianidad. La conversación ha dejado de ser un espacio de encuentro y de reconocimiento mutuo para convertirse en simple intercambio comunicativo. Además, los adultos cada vez hablan menos enfrente de los niños, por lo cual éstos están quedando huérfanos de espiritualidad. En los últimos tiempos el fenómeno se ha agudizado en extremo debido a que la internet ha llegado a copar los últimos espacios de encuentro y conversación que quedaban entre padres e hijos, aquellos que estaban asociados a las tareas escolares.

La orfandad espiritual que reina en la cultura y en las relaciones entre padres e hijos también afecta de manera grave la interacción entre padres y maestros. Mientras los padres hablan de la tasa DTF, del plan hipotecario, del plan vacacional y de marcas de electrodomésticos de vanguardia, los maestros pretendemos hablar de Kant, las leyes de Newton, la justicia y los criterios de verdad de las ciencias. Y este desencuentro fundamental entre padres y maestros se produce mientras los chicos prefieren jugar en el computador, brincar según los códigos de las últimas popstars y soñar con el éxito fácil que les promete la asombrosa realidad virtual.

Ningún individuo por sí mismo puede  sustraerse a los códigos de la cultura en que vive. Y tampoco la comunidad escolar gimnasiana, por ejemplo, podría tomar el riesgo ridículo de pretender crear un mundo aislado y artificial en donde la televisión, la propaganda electrónica y la enajenación de la realidad virtual no tuvieran cabida. Pero en la medida en que los individuos y las comunidades de base —como el Gimnasio— tomen conciencia de esos códigos culturales, en esa medida podrán desarrollar códigos adicionales y alternativos en áreas o temas especiales de su interés. No es necesario vender los televisores, ni cortar la suscripción a internet para que los padres de familia recuperen y amplíen los espacios de conversación y expansión en familia. Como tampoco es imposible que los padres y maestros aprendamos a hablar entre nosotros de Kant y de las tasas DTF. No hay que proscribir los gritos y brincos de esas estrellas electrónicas para que la música sinfónica y el ballet vuelvan a conmover a los muchachos y éstos desarrollen un auténtico interés musical y dancístico. De hecho, lo más inteligente será aprender a convertir todos esos elementos y potencialidades de la cultura de hoy en otros tantos motivos y lugares de encuentro que abran el espíritu de nuestros niños y adolescentes a los elevados horizontes espirituales que la cultura parece haber relegado al desván de la historia.

Entre otros, ese es el sentido de este sitio de internet. Se trata de que todos los individuos de la comunidad hagamos de él un espacio de encuentro, una especie de plaza pública en donde se ventilan los intereses, los sueños, los proyectos, las dificultades, las ideas, los conocimientos y, en general, todos elementos que componen la vida espiritual del Gimnasio.

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